"Carta 1
Una hora de desvelo y melancolía en la noche del 13 de julio
(...)
Me hace mal, mucho mal, oír a usted expresar sus ideas, dolores y esperanzas. Ya ve usted por esta composición qué pensamientos me inspira. Atienda usted a los versos y no a las ideas.
Efectivamente, a veces me abruma esta plenitud de vida y quisiera descargarme de su peso. He trabajado mucho tiempo en minorar mi existencia moral para ponerla al nivel de mi existencia física. Juzgada por la sociedad, que no me comprende, y cansada de un género de vida que acaso me ridiculiza; superior e inferior a mi sexo, me encuentro extranjera en el mundo y aislada en la naturaleza. Siento la necesidad de morir. Y, sin embargo, vivo y pareceré dichosa a los ojos de la multitud.
¿Mas lo creerá usted así?... No, yo lo sé, por eso temo nuestras conversaciones. Esto mismo que escribo no podría hablarlo sin conmoverme demasiado: porque cuando ambos nos sentimos uno junto al otro abrumados de la vida, cansados del mundo, entonces no sé qué delirio irreprimible me hace desear la muerte para ambos.
Usted me habla de amistad, y no ha mucho que sintió usted el amor. Yo no creo ni en una ni en otro. Busco en emociones pasajeras, en afectos ligeros, un objeto en que distraer mis devoradores pensamientos y me siento así menos atormentada, porque inconstante en mis gustos, cánsome fácilmente de todo, y los afectos ligeros, que apenas me ligan, no me privan del derecho de seguir el instinto de mi alma que codicia libertad. Alguna vez deseo hallar sobre esta tierra un corazón melancólico, ardiente, altivo y ambicioso como el mío: compartir con él mis goces y dolores y darle este exceso de vida, que yo sola no puedo soportar. Pero más a menudo temo en mí esta inmensa facultad de padecer, y presiento que un amor vehemente suscitaría en mi pecho tempestades, que trastornarían acaso mi razón y mi vida. Además, ¿llenaría aún el amor el abismo de mi alma? ¡Todo lo he probado y todo lo desecho: amor y amistad! ¿Qué puedo, pues, ofrecer a usted, querido mío? ¡La compasión de un corazón atormentado!... y mis versos para distraerle un momento de ocupaciones graves.
Una hora de desvelo y melancolía en la noche del 13 de julio
(...)
Me hace mal, mucho mal, oír a usted expresar sus ideas, dolores y esperanzas. Ya ve usted por esta composición qué pensamientos me inspira. Atienda usted a los versos y no a las ideas.
Efectivamente, a veces me abruma esta plenitud de vida y quisiera descargarme de su peso. He trabajado mucho tiempo en minorar mi existencia moral para ponerla al nivel de mi existencia física. Juzgada por la sociedad, que no me comprende, y cansada de un género de vida que acaso me ridiculiza; superior e inferior a mi sexo, me encuentro extranjera en el mundo y aislada en la naturaleza. Siento la necesidad de morir. Y, sin embargo, vivo y pareceré dichosa a los ojos de la multitud.
¿Mas lo creerá usted así?... No, yo lo sé, por eso temo nuestras conversaciones. Esto mismo que escribo no podría hablarlo sin conmoverme demasiado: porque cuando ambos nos sentimos uno junto al otro abrumados de la vida, cansados del mundo, entonces no sé qué delirio irreprimible me hace desear la muerte para ambos.
Usted me habla de amistad, y no ha mucho que sintió usted el amor. Yo no creo ni en una ni en otro. Busco en emociones pasajeras, en afectos ligeros, un objeto en que distraer mis devoradores pensamientos y me siento así menos atormentada, porque inconstante en mis gustos, cánsome fácilmente de todo, y los afectos ligeros, que apenas me ligan, no me privan del derecho de seguir el instinto de mi alma que codicia libertad. Alguna vez deseo hallar sobre esta tierra un corazón melancólico, ardiente, altivo y ambicioso como el mío: compartir con él mis goces y dolores y darle este exceso de vida, que yo sola no puedo soportar. Pero más a menudo temo en mí esta inmensa facultad de padecer, y presiento que un amor vehemente suscitaría en mi pecho tempestades, que trastornarían acaso mi razón y mi vida. Además, ¿llenaría aún el amor el abismo de mi alma? ¡Todo lo he probado y todo lo desecho: amor y amistad! ¿Qué puedo, pues, ofrecer a usted, querido mío? ¡La compasión de un corazón atormentado!... y mis versos para distraerle un momento de ocupaciones graves.
G. G. de A."
(Tomado de Cervantes Virtual)
Cortesìa de don Edwin
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